La juventud está cada vez más harta de las medidas contra el COVID. Aunque es quien corre menos riesgo, es quien ha tenido que renunciar a más y a quien más ha afectado. Su grupo de edad no es en absoluto una prioridad para el gobierno. Con toda razón las personas jóvenes están llenas de resentimiento y de cólera.
Una situación frustrante ya antes de la pandemia
La COVID-19 hace una fuerte mella en la generación joven, pero antes de la pandemia su situación era todo menos idílica.
En el umbral de la edad adulta, las personas jóvenes aspiran a lo mismo que sus padres y abuelos: unos ingresos decentes, posibilidades de desarrollo y una suficiente seguridad como para construir su vida. Lo consiguen muy pocas.
Esto se ve en diferentes dominios. Hoy en día hay más jóvenes y niños que crecen en la pobreza que antes. En Flandes la pobreza infantil ha pasado de un 6 % en 2001 a un 14 % en 2019. Un 22,5%, de las personas menores de 18 años en la Unión Europea corren un peligro mayor que las personas adultas de caer en la pobreza o en la exclusión social.
El coste de la vida es cada vez más alto y para las personas adultas jóvenes se manifiesta sobre todo en el momento de comprar o alquilar una vivienda. En el año 2000 en Bélgica había que pagar una media de 44 horas con un salario medio para poder pagar un alquiler medio. En 2018 la cifra ascendía ya a 58 horas. El aumento es aún mayor (un aumento medio del 5 %) en el caso de comprar una vivienda. En otros países occidentales se constatan aumentos similares.
Un buen empleo puede compensar este coste de la vida más alto. Pero ese es precisamente el problema. En Europa la tasa de paro de las personas menores de 25 años es del 15 %, el doble que el del resto de la población activa. Muchas personas adultas jóvenes tienen un empleo inferior a su cualificación, lo que significa que tienen un salario menor. Igualmente, a lo largo de los diez últimos años los salarios de las personas trabajadoras jóvenes han aumentado menos rápido que los de las personas trabajadoras más mayores (1). Además, muchas de estas personas se tienen que contentar con empleos temporales (sustituciones, Uber, etc.), que no ofrecen ninguna seguridad financiera. En la Unión Europea no menos de un 43 % de las personas trabajadoras de entre 15 y 24 años tienen un contrato de trabajo temporal.
Esta inseguridad financiera hace que muchas personas jóvenes se independicen cada vez más tarde (2) y que su propio nivel de vida dependa cada vez más del de sus padres o abuelos (donaciones y herencias). No es una situación agradable. También es cada vez más difícil comprar una vivienda propia. En Inglaterra, por ejemplo, el porcentaje de personas de edades comprendidas entre los 35 y 44 años que alquilan una vivienda se ha triplicado en los últimos veinte años. Si no hay ningún cambio, la siguiente generación tendrá que trabajar varios años más por una pensión que será mucho más baja que las actuales.
Es la primera generación de personas jóvenes que estará en una situación peor que la generación anterior en términos de prosperidad. Y además está, por supuesto, la degradación del clima. Como dice sucintamente el climatólogo Jean-Pascal van Ypersele «las personas jóvenes saben que descargamos sobre ellas las consecuencias del cambio climático. Utilizamos ahora su futuro como materia prima en nuestra vida cotidiana, como [hacen] los colonialistas”.
No es de extrañar que la generación joven no confíe en la política. Solo el 18 % afirma confiar todavía en la ella. Una cuarta parte incluso prefiere un dirigente autoritario (3). Pero al mismo tiempo y quizá debido a su propia situación difícil, muchas personas jóvenes apoyan a los políticos que luchan contra las desigualdades y ayudan a quienes están en lo más bajo de la escala social.
La COVID-19 empeora las cosas
La situación de las personas jóvenes antes de la pandemia no era demasiado buena y las medidas contra el COVID han empeorado las cosas.
Además de a las mujeres y a los grupos minoritarios, las medidas contra el COVID-19 han afectado de forma desproporcionada a las personas jóvenes. Es menos frecuente que enfermen de COVID-19, pero las y los estudiantes y trabajadores jóvenes sufren más que otros grupos las consecuencias económicas de la pandemia.
Según la OCDE, las personas de 25 años y menores de esta edad eran 2,5 veces más susceptibles de perder su empleo debido a la pandemia que las de entre 26 y 64 años (4). Muchas personas jóvenes han perdido sus empleos de estudiante durante el verano o en la hostelería.
Varios estudios han demostrado también que la obtención de un título durante una recesión puede tener un efecto “cicatriz” sobre los salarios y las condiciones laborales de los empleos que ocupen después (5).
Las personas jóvenes también se han visto más duramente afectadas desde el punto de vista mental. A esa edad se está en una fase de exploración de la propia vida y en ese sentido es muy importante el contacto social. Si las personas jóvenes no tienen la posibilidad de juntarse en grupos en la escuela, en los bares, en un movimiento juvenil o en un club deportivo, se les priva de un elemento esencial de sus vidas.
El grupo olvidado
Los gobiernos no han dado ni dan prioridad a este grupo vulnerable. Para que disminuya la curva [de contagios] mientras se espera que haya más personas vacunadas, hay que reducir la cantidad de contactos entre personas. Todos los estudios indican que los principales “focos activos” del contagio de coronavirus están en las empresas. Además, controles recientes han demostrado que una empresa belga de cada tres infringe las medidas contra el COVID. Se les ha dejado tranquilas, por así decirlo. En otros países europeos circulan rumores en el mismo sentido.
En vez de luchar contra estos importantes focos de contagio, las autoridades persiguen a las y los estudiantes que no respetan la burbuja de su habitación (6) o ponen multas de 250 euros a cada joven que come un bocadillo al margen de un grupo de cinco. Los directivos de las empresa que permiten que sus empleados trabajen en condiciones peligrosas solo son apercibidos, mientras que adolescentes menores acaban en una celda. Uno montaría en cólera por menos.
No se autorizan fiestas al aire libre para 50 personas, aunque las personas jóvenes tienen que ir al instituto o al trabajo en autobuses o metros abarrotados de gente. Nadie piensa seriamente en alternativas atractivas o en vías de escape organizadas para esta franja de edad.
Si dentro de poco se introdujera un pasaporte COVID, como en Dinamarca o Suiza, entonces sí que sería el fin. Como por ahora no se puede vacunar a las personas jóvenes, quedarían totalmente excluidas de los privilegios de la vacunación: viajes en avión, festivales, partidos de fútbol, gimnasios, restaurantes, etc.
Posibles efectos colaterales políticos
“Las personas jóvenes son las auténticas olvidadas de este año COVID”, se escribe en bruzz.be. De todos los grupos de edad, ellas son a quienes más ha afectado mentalmente el coronavirus. Los sentimientos depresivos han aumentado claramente entre las y los adolescentes (6) y la ansiedad es a todas luces más importante en la franja de edad comprendida entre los 18 y 34 años que entre las personas de más de 35 años.
Además de este miedo y esta depresión también hay mucha cólera reprimida, que explota de vez en cuando. No más que ver los altercados de personas jóvenes en Bélgica, los Países Bajos, Suiza y otros países europeos.
Menos visible aunque puede que más peligrosa es la radicalización cada vez mayor de las personas jóvenes. Según algunos expertos, el aislamiento, la depresión, la inseguridad financiera y la pérdida de empleo hacen a la gente más sensible a nuevas ideas y a la radicalización. Las personas jóvenes que se quedan en casa se han convertido en presas fáciles para los grupos extremistas activos en foros de redes sociales como Telegram, Gab, Discord y Steam, la página donde se comparten vídeo-juegos. En este sentido la pandemia es el caldo de cultivo ideal para la radicalización. A menudo los partidos de extrema derecha tienen en Europa Occidental mucho éxito entre las personas jóvenes. No es casual que en los últimos meses estos partidos vayan bien en las encuestas.
Dar prioridad a los intereses económicos (entre otras cosas) a expensas de la generación más joven podría tener unas consecuencias políticas desastrosas a largo plazo. La mala gestión de la importante crisis financiera de 2008 creó y alimentó el populismo. La torpe gestión de la crisis del COVID podría originar un monstruo aún peor. No debemos permitir que ocurra.
Traducido del neerlandés al francés por Anne Meert para Investig’Action
Notas:
(1) Es el caso, por ejemplo, de Estados Unidos y de Australia. En este último país incluso hay un descenso en la categoría de las personas menores de 34 años.
(2) En 2011 en Bélgica la cantidad de personas jóvenes que vivían en casa de sus padres era un 24 % en la categoría comprendida entre los 25 y 29 años. Ocho años después esta cifra aumentó al 28 %.
(3) Son cifras para Flandes, pero en otros países europeos también se constata una gran desconfianza hacia la política entre las personas jóvenes.
(4) Un 80 % de los empleos perdidos desde febrero en Reino Unido son de personas trabajadoras menores de 35 años.
(5) Una situación mediocre de partida es como una cicatriz que conservan durante toda su carrera. Así, tienen menos experiencia laboral (debido al paro temporal) y/o empiezan con unos salarios más bajos. Ambos factores generalmente tienen un persistente impacto negativo sobre los empleos que acepten más tarde.
(6) N. de la t.: En Bélgica las y los estudiantes que viven en habitaciones de estudiantes tienen que elegir si forman la burbuja en su habitación o en la casa familiar el fin de semana, pero está prohibido formar ambas.
(7) En el 44 % de las personas jóvenes de entre 10 y 18 años se trata de un ligero aumento de los sentimientos depresivos, mientras que en un 33 % se trata de un fuerte aumento.