Es evidente que la lucha contra el fascismo es y será siempre el comienzo de todo. La historia demuestra que si no se le combate con rigor y determinación acaba pegando el zarpazo, y esto se traduce en sufrimiento y muerte para los pueblos. Los últimos años ha irrumpido con fuerza amparándose en la crisis sistémica del capitalismo y en la condescendencia de la clase dominante que sabe ver en el fascio la otra cara de su moneda. Una moneda que saben usar cuando el avance de los pueblos es incontestable o cuando el miedo los agarrota.
Por eso, firmar un documento, adherirse a un manifiesto, razonar una intervención parlamentaria o ponerse un pin en la solapa contra la extrema derecha está muy bien.
Claro que mejor sería ir a la raíz del problema y desplegar esas iniciativas contra el capital y sus prebostes, definir con exactitud qué ideologías protegen al sistema, y olvidar pactos con organizaciones que forman parte intrínseca del capitalismo.
Por poner un ejemplo patrio, responderle a Vox e incluso al PP en el Congreso de los Diputados es necesario, pero lo es más denunciar que el régimen del 78 es la continuidad del franquismo y que pactar con sus adalides posterga el mal y amplifica la huella del fascismo.