Introducción
Para lo pequeño que es, Ciudad del Vaticano es un Estado que posee mucha riqueza a lo largo y ancho de todo el mundo, donde cuenta con “embajadores” o representantes, muchos de ellos con actitudes no precisamente muy ejemplares y decorosas.
El Estado de Ciudad de Vaticano no es pobre, ni mucho menos. Según fuentes diversas, hace un año la Iglesia católica poseía una riqueza de unos 2 billones de euros solamente en bienes inmuebles (muchos de ello robados). Si sumamos el efectivo, reservas de oro, acciones, joyas, obras de arte, etc… la cifra a buen seguro sea estratosférica.
Con los datos disponibles, se puede afirmar que:
- En 2014 el Banco del Vaticano administraba 64 mil millones de dólares en activos en nombre de sus 17.400 clientes.
- El banco poseía 764 millones de dólares en capital
- El banco mantenía reservas de oro por valor de más de 20 millones de dólares en la Reserva Federal de Estados Unidos.
No hace falta añadir nada más para darse cuenta que el Vaticano acumula inmensa riqueza. De modo que el papa Francisco y Estado de la Ciudad del Vaticano que dirige también es responsable, junto a los otros Estados ricos, de que la pobreza crezca, es decir, de que eso que tanto critica esté sucediendo. El papa Francisco incurre, claramente, en un ejercicio de desvergüenza y cinismo cuando señala al mundo rico sin incluir al Vaticano.
Por poner un ejemplo, en 2019 la Iglesia vendió 14 edificios en Madrid y dejó en la calle a las personas que vivían en los más de 200 hogares ubicados en dichos edificios.
La noticia
El papa Francisco destacó hoy aquí la paradoja de un mundo cada vez más rico en el cual crecen la pobreza y la desigualdad.
En un mensaje al encuentro de dos días organizado por la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales sobre la Primera Bienaventuranza, el sumo pontífice se refirió a la avaricia ‘de las personas como de las familias y de las naciones, especialmente de las más ricas, aunque tampoco están exentas las más desprovistas’.
En estos tiempos de opulencia, en los que debería ser posible poner fin a la pobreza, los poderes del pensamiento único no dicen nada de los pobres, ni de los ancianos, ni de los inmigrantes, ni de las personas por nacer, ni de los gravemente enfermos, señaló Francisco al precisar que ‘son tratados como descartables’.
Francisco consideró un crimen de lesa humanidad que, a consecuencia de ese paradigma avaro y egoísta predominante, ‘nuestros jóvenes sean explotados por la nueva creciente esclavitud del tráfico de personas, especialmente en el trabajo forzado, la prostitución y la venta de órganos’.
Habida cuenta de los enormes recursos disponibles de dinero, riqueza y tecnología con que contamos, nuestra mayor necesidad no es ni seguir acumulando, ni una mayor riqueza, ni más tecnología, sino actuar el paradigma siempre nuevo y revolucionario de las bienaventuranzas de Jesús, puntualizó.
En ese sentido, el papa contrapuso a la avaricia el espíritu de pobreza el cual, dijo, ‘mientras nos despoja del espíritu mundano, nos conduce a usar nuestras riquezas y tecnologías, bienes y talentos en pro del desarrollo humano integral, del bien común, de la justicia social y del cuidado y protección de nuestra casa común’.