No parece que existan muchos escritores tan premiados por el cine como lo fue Rafael Sabatini, nacido en 1875 en Jesi, Italia, pero afincado en Inglaterra y autor en inglés, y además en unos tonos especialmente patrióticos como resulta evidente, sobre todo en sus novelas “de piratas” como El capitán Blood en la que arremete “contra la crueldad e injusticia” de lo españoles. Muy conocido popularmente después de la “Gran Guerra”, algunas de sus obras fueron especialmente conocidas gracias a la adopción que Hollywood hizo de algunas de ellas comenzando por Scaramouche, la más lograda de toda –es toda una metáfora del ascenso del Tercer Estado en tiempos de la Revolución Francesa aparte de de un homenaje a la commedia dell´ Arte-, sobre que existen dos versiones míticas (la de 1923 de Rex Ingram, y la de 1952 de George Sidney, con Stewart Granger) amén de numerosas variaciones. Conviene ajustar que dichas adaptaciones eran muy libres, y en algunos casos se trata de “obras” de reputados guionistas que se “inspiraron” en sus obras, ninguna de las cuales alcanzaría una mínima relevancia en la historia de la literatura.
Rafael tampoco fue lo que se dice un aventurero, hijo de dos cantantes de ópera, el italiano Vincenzo Sabatini y la inglesa Anne Trafford, esto hizo que en una sociedad tan conservadora su vida estuviese marcada por el terrible hecho de que la unión carnal entre sus padres no fue debidamente sancionada desde el altar con el consiguiente riesgo de aparecer como hijo ilegitimo. Al parecer, su madre no le prestó tanta importancia a dicho pasaje y siempre se hizo llamar Señora de Sabatini. La obligación de viajar a consecuencia de su profesión, llevó a los padres de Rafael a dejarle en la casa de sus abuelos maternos en Liverpool hasta que cumplió los siete años, edad a la que se estableció en Portugal junto a sus progenitores, que ejercían como profesores de canto.
Sabatini debió su formación como novelista popular a una serie de autores clásicos como Walter Scott, Alejandro Dumas y Julio Verne, así como Emilio Salgan, alimentaron su vocación literaria a la que acabó dedicado después de una tentativa a dedicarse a los negocios en Liverpool. Desde su primera obra editada en 1902, llegó a publicar hasta 52 novelas, la mayoría de las cuales yacen en el olvido. Durante la “Gran Guerra”, Sabatini estuvo en un brete de ser reclutado por su país de origen, pero permaneció en su patria de adopción. Trabajó como traductor para el servicio de inteligencia británico. Su vida, que hasta ese momento había transcurrido de manera feliz, se truncó con la muerte de su único hijo, Binkie, en un accidente de automóvil, lo que a la larga llevó al divorcio de los padres. Sabatini volvería a casarse, ya con 60 años, con su cuñada, Christine, que previamente había sido la esposa del hermano de su primera mujer, Ruth. El hijo de Christine, Lancelot, fruto de su primer matrimonio, falleció cuando sobrevolaba la casa de su madre y de su padrastro en un avión de la Real Fuerza Aérea británica.
Su obra más famosa, Captain Blood. His Odyssey (1922), debe su inmensa popularidad a la adaptación cinematográfica. El doctor Peter Blood, médico irlandés, es apresado por su participación en la rebelión de 1685 contra el último rey católico de Inglaterra, Jacobo II, y es enviado como esclavo a Barbados (hasta aquí, todos hechos reales, salvo la existencia del doctor, cuyo apellido en inglés significa, muy convenientemente para un médico y aún más para un pirata, «sangre»). Blood escapa y se vuelve otro ejemplo de un personaje que debe su vocación de pirata a una caída en desgracia de la que desea vengarse. Tras una serie de combates con los españoles de costumbre, en 1688 se produce en Inglaterra la “Gloriosa Revolución”, que acaba con el absolutismo y da paso a la monarquía parlamentaria, y entonces los rebeldes de antaño, con Blood entre ellos, tuvieron la oportunidad de recobrar la respetabilidad. La inspiración de Sabatini fue –obviamente, de manera digamos muy libre- la vida de Henry Morgan…
Sabatini escribió dos novelas más con su personaje (no son secuelas, sino episodios de su vida como pirata): El retorno del Capitán Blood (1930) y Las fortunas del Capitán Blood (1936), igualmente vertidas al cine, pero con mucho menos acierto.
Poco antes de fallecer (1950), Sabatini escribió otra novela, Cristóbal Colón, publicada en 1949 y que conoció una adaptación cinematográfica el mismo año, provocando las iras de las autoridades franquistas. Este Christopher Columbus fue dirigido por un poco inspirado David MacDonald, antiguo colaborador de DeMille, que contó con el eficiente Fredric March como protagonista. Quedó una película más bien plúmbea, pero estaba bellamente fotografiada, casi una “superproducción” para la época. Como era propio de Sabatini, ofrecía algunos blandos detalles de la “Leyenda Negra”. Por ejemplo, había una escena en la que Colon abofetea a Fernando el Católico porque éste trataba de sobrepasarse con una doncella. La respuesta “nacional” no se hizo esperar, e inmediatamente (en 1951), el franquista exaltado que respondía al nombre de Juan de Orduña realizó con todos los parabienes oficiales Alba de América en la que Colon (Antonio Vilar) era un héroe inmortal rodeado por una España beatífica que recibe a los indios con la sana intención de que estos también pudieran subir a los cielos con todos sus plumajes. La película contiene también un cierto alegato antisemita.
Otras curiosidades:
1) en sus crónicas de 1492, Colón refiere a la aparición de corsarios franceses cerca de las islas Canarias durante su primer viaje…Pero entonces no habían bucaneros ni filibusteros porque (todavía) no existía que expoliar;
2) el director de Christopher Columbus filmó un controvertido “biopic” de Byron, The Bad Lord Byron (RU, 1949), protagonizada por Dennis Price (el fiscal que lleva a la muerte a los patéticos piratas hispanos de Viento en la velas), más Joan Greenwood y Mai Zetterling;
3) existe una ignota adaptación cinematográfica de El corsario (1914), que fue escrita por George Fitzmaurice y por Frank Powell, dirigida por Frank Powell, y protagonizada por Crane Wilbur y Anna Rose…
4) Lord Byron (1788-1824) dedicó su obra más célebre a los marineros que se ponían al margen de la ley, y para que no quedara duda alguna la llamó El corsario (1814). Fue un best-seller, vendió diez mil ejemplares en su primer día de publicación, una evidencia del afecto popular de los británicos a estos personajes tan mal visto desde la España oficial. Su protagonista, Conrad, era el líder de los piratas del Mediterráneo, venía ser una especie de Robin Hood marino. Después de la historia llegó la leyenda, y la identificación de los piratas con la revancha de los desposeídos y los humillados comenzaba su brillante carrera. La de Byron se erigió pues en obra clave en la literatura y en la exaltación romántica de los piratas. En su inicio se puede leer: “Sobre las rientes aguas del desierto azul de os mares inmensos, nuestros pensamientos no tienen límite, nuestras almas se sienten tan libres como las mismas olas. Tan lejos como nos empuja la brisa, y doquiera que murmuren las espumeantes ondas, allí levantamos nuestro imperio, y ese es nuestro hogar, ese nuestro reino, en el que nadie nos pone vallas. Nuestra bandera es el cetro que acatan todos los que la encuentran”.
Difícil superar esa descripción de la piratería asociada a la libertad y la rebelión contra lo establecido y lo previsible, idealización absorbente del mundo del mar que cuenta además con la experiencia de primera mano del autor, hasta el punto que junto al título de la historia figura una llamada a pie de página en la cual Byron explica: “Le parecerá al lector algo exagerado que en tan poco espacio de tiempo se puedan desarrollar tantos acontecimientos, pero como la totalidad de las islas del Egeo están a tan pocas horas de navegación del continente, confío en que será tan benévolo, o por lo menos debería serlo, para tener muy en cuenta el viento tal y como yo lo encontré muy a menudo”.