El sentido común y la política a la antigua usanza no son los fuertes de Díaz Ayuso. Sí lo son el llevar la contraria a todo el mundo, especialmente al gobierno central, las intervenciones que dejan con cara de cuadro a quien las oye o ese lucimiento personal sacando adoquines en la Asamblea de Madrid.
El caso es que no queda claro qué es más triste: si el empecinamiento de Ayuso de convertirse en la Belén Esteban de la política con aquello de “yo por mi presidencia mato” (con todos los respetos a Belén Esteban) o que el pueblo de Madrid deje su futuro político en manos de la candidata del PP. Sea como fuere lo cierto es que en las elecciones autonómicas celebradas ayer en la Comunidad de Madrid Ayuso ha barrido tanto a Ciudadanos, a quienes ha dejado al límite de la extinción, como al bloque de la izquierda, con abandono de Pablo Iglesias de toda actividad política incluída.
La “contra-gestión” de Ayuso ante la pandemia ha sido clave en su victoria. Da igual que Madrid haya tenido las tasas de incidencia más altas a nivel nacional, da igual la gestión sanitaria realizada en la comunidad autónoma, da igual haber permitido que los madrileños hayan podido moverse libremente en pleno estado de alarma propagando el COVID19 allá donde fueran. Mientras haya sido foco de atención enarbolando la actitud chulesca de la zarzuela más arraigada, la fórmula le ha dado resultado ganando adeptos entre quienes preferían irse un fin de semana a la playa o salir a la terraza de un bar a tomarse unas cervecitas con los amigos a pensar en el bien común y aguantarse un poquito en casa.
Lo penoso es que el pueblo de Madrid se haya dejado llevar por este triste espectáculo y le haya dado la razón a quien ha conseguido crear una marca propia a golpe de meme antes que a una representante política, con quien se puede o no estar de acuerdo. Y dejar que el sentido de un voto se base en esto es verdaderamente preocupante, primero porque nos olvidamos de lo verdaderamente importante ante unas elecciones: el programa político, que puede ser afín o no al ideario de quien vaya a las urnas y segundo porque se ve claro que, poco a poco, la política está girando hacia un gran talent show en el que quienes participan buscan llevarse el beneplácito del público explotando, tristemente, el mayor de sus talentos: el ridículo.
Y mientras el PP ahora sí se acuerda de Ayuso tras haber ganado las elecciones, Pablo Iglesias anuncia que deja la actividad política tras el fracaso de su proyecto de derrocar a la derecha y al fascismo en la comunidad madrileña.
¿Dónde queda ahora esa lucha encarnizada contra el fascismo y la extrema derecha?, ¿dónde queda ese “no podrán con nosotros”?… Pues parece que ha quedado en agua de cerrajas. Y decimos bien, porque la expresión original “agua de borrajas” proviene de la cerraja, una planta semejante a la lechuga silvestre cuyas propiedades se usaban en la antigüedad como estimulante del apetito. Un apetito de cruzado ante la derecha más reaccionaria que, al parecer, se le ha atragantado a Iglesias.
Cabe preguntarse ahora si es legítimo o, mejor dicho, ético, abanderar una lucha de poder contra la derecha de este país y a las primeras de cambio quitarse del “campo de batalla”. Con chalet conseguido y trabajo garantizado es fácil ser defensor aférrimo de la izquierda. Lo que no vale es parapetarse tras la excusa de ceder el testigo y el marrón a quien viene detrás en vez de luchar por lo que tan tajantemente ha defendido durante estos años. Señor Iglesias: es ahora cuando hay que doblar el espinazo para sobreponerse al golpe recibido en vez de hacerse el víctima y rehuir esa lucha que defendía.
Y mientras tanto, por los pasillos de la Comunidad de Madrid, Ayuso sigue con su “dame pan y dime tonta”…