La “omertà” es la norma no escrita del silencio siciliana que impone tácitamente que no se hable de los crímenes cometidos por las mafias. Vendría a significar “más vale que te calles si no quieres salir trasquilado”. Esta expresión se relaciona con el temor a represalias por denunciar actuaciones irregulares o delictivas.
El silencio puede llegar a ser un lenguaje más potente aún que la lengua y hay que administrarlo, porque está lleno de significaciones. Los silencios hay que dosificarlos sabiamente porque están llenos de positividad y negatividad. En el caso que nos ocupa, el silencio, en su aspecto negativo por la imposición espanta y amenaza ya que ampara la delincuencia, y en el positivo, fascina por ser signo de humanidad por aquello de representar un mal entendido mecanismo de defensa. El paso de uno a otro es muy sutil.
La omertà es la herramienta eficaz para que se llegue a la normalización de lo anormal en una sociedad y, a su vez, es un síntoma inequívoco de una sociedad enferma. La omertà no tiene fronteras y a modo de virus va penetrando en todos y cada de los colectivos de la sociedad, llegando a contaminar a sus sectores estratégicos productivos y económicos-financieros, a sus instituciones públicas y privadas en los que ya nadie se atreve a hablar de determinados temas, y una importante parte de la población se ampara en ella para no señalar a aquellos que están deteriorando su calidad de vida, su seguridad y convivencia en paz y a quienes se benefician de esa delincuencia. Este impuesto pacto de silencio hace cómplice involuntario a muchos y beneficia a no pocos.
Prestemos atención a la evolución de un supuesto pacto de silencio en la Sanlúcar del Santo Régimen, ya que se trata de un exacto barómetro de su salud social, incluida la política. El pacto de silencio involucra a muchos aspectos de la vida en la ciudad, pero es, sin duda, en cuanto al narcotráfico se refiere donde adquiere más relevancia.
El narcotráfico es un grave problema del que muy pocos se atreven a hablar libremente, sobre todo en aquella alejada olvidada barriada de la ciudad donde se sufre como nadie las consecuencias en materia de seguridad y convivencia originado por esa aberrante y nauseabunda, a la vez que muy lucrativa, actividad delictiva.
El sui generis, no por lo de peculiar sino más bien por lo de estrafalario, silencio del alcalde de la Sanlúcar del Santo Régimen, saltado salvo para restar importancia al grave problema del narcotráfico, bien que se podría relacionar con la omertà y los distintos delegados elegidos para aquella alejada y olvidada barriada de la ciudad, no son más que peones que garanticen que la omertà se cumpla, al menos, en el aspecto que no le perjudique.
Tal como se ha dicho, el pacto de silencio tiene su aspecto de mecanismo de defensa colectivo e individual, pero cuando el problema te rodea y tus hijos pueden caer en la trampa señuelo de la vida fácil que suelen utilizar las mafias para que los jóvenes vean en esa actividad su necesaria alternativa a sus carencias, no debe haber pacto de silencio ni omertà ni nada que se le parezca que impidan que se hable libremente del problema y de quienes se están lucrando poniendo en riesgo el presente y el futuro de los suyos y de quienes se benefician cremastísticamente de la ficticia bonanza económica que origina.
Si lo peor que le puede ocurrir a una sociedad paralizada por la impotencia o el temor es caer en el trampantojo de quien le interesa normalizar lo anormal, no menos peor, es aceptar un pacto de silencio que le atenace y paralice en su desarrollo armónico en libertad. Mucho de esto está ocurriendo en la Sanlúcar del Santo Régimen.
Puño en Alto