Que en los últimos tiempos no he sido muy amigo de la Marvel y mucho menos de las producciones del universo disneychanellero lo saben mis amigos, lo sabe mi familia y lo sabe hasta la reina. Ahora bien, enterándome del elenco de personajes que iba a reaparecer en Spider-Man: no way home, me lancé a realizar una sesión de cine navideño con amigos. La orgía nostálgica dosmilera no impidió que, al finalizar la película, después del transcurso del día y de un buen turrón almendrado, me abriera uno de mis viejos comics del Spider-Man de los ochenta en busca de una trama más acorde a lo que yo recordaba. En este punto es donde me prometí a mí mismo realizar un pequeño artículo de la dialéctica de la concepción del Spider-Man original versus el Spider-Man Disney.
No es desconocido que el tremendo éxito del Hombre Araña en el mundo de los cómics fue debido a ese acercamiento que produjo el personaje en el público llano. Se trataba de Peter Parker, un joven neoyorkino que por una carambola del destino había terminado teniendo superpoderes pero que debía enfrentarse a los problemas del día a día de un ciudadano normal: la solvencia económica de una tía entrada en la ancianidad, los derroteros de la búsqueda de empleo, los abusos de un jefe chalado, o las idas y venidas con sus amistades/novias (Harry Osborn, Gwen Stacy o MJ). Todo ello, edulcorado con una serie de supervillanos que el joven arácnido iba encontrándose con sus entremeses diarios. Resulta que varios de sus maestros intelectuales terminan perdiendo el juicio y enfrentándose en luchas encarnizadas con Peter; pienso en Otto Octavius, Norman Osborn/El Duende Verde o el reptiliano Dr. Connors. Todo ello curte al joven en su faceta personal, encontrando soluciones para todo, haciéndonos empatizar de una forma profunda con el personaje, ya que este podría ser cualquiera de nosotros. De facto, una de las máximas del trepamuros es la archiconocida firma de despedida: «su amigo y vecino Spider-Man».
Hubieran corrido ríos de tinta de la pluma de Aristóteles si hubiera llegado a encontrarse con semejante carácter. Peter-Spidey reúne muchas de las facetas acogidas en la Poética del estagirita: un personaje que hace empatizar con el público para producir la llamada catarsis; una trama consistente donde el héroe debe enfrentarse al sino del destino (la peripecia) y un representante de los valores colectivos de la cívitas. Recuerdo la famosa escena del primer film de Sam Raimi en la que El Duende Verde deja caer a MJ y un autobús lleno de niños al vacío, promulgando al personaje entre su responsabilidad social y sus vínculos socioempáticos (Aristóteles ya exponía que las grandes tragedias surgen en el seno de la vida familiar).
Vamos ahora con el Spider-Man de Disney. ¿O debería decir neo-Troy Bolton? Y es que esta concepción del Spider-Man moderno no pasa de prototipo de adolescente norteamericano. En primer lugar, a lo largo de la serie de películas se muestra a un Peter Parker que vive al amparo de papá Iron Man. El personaje se vuelve infantil y cómico durante todas y cada una de las películas de la saga Disney. Resulta un analfabeto funcional que pretende hacer gracietas adolescentiles y cuyas peripecias son las tópicas del way of life americano: echarse novia en el instituto, ir al baile de fin de curso, conocer a los padres de la novia, hacer un viaje escolar o entrar en la universidad. Solo le falta cantar una canción a piano para expresarnos su amor por Vanessa Hudgens, quiero decir, Zendaya. El personaje está en todo momento amparado por sus amigos y conocidos (incluida la versión malasañera de tía May), no resolviendo sus problemas por sí solo y sin maduración alguna.
A la hora de construir el personaje existe una reproductibilidad de esquemas actanciales prototípicos, según la terminología de Walter Benjamin, perdiendo toda aura de especificidad y originalidad. Es tópico, tras tópico, tras tópico. Todo esto se ha reproducido hasta esta última película, en la que la búsqueda de un referente paterno y su egoísmo a la hora de resolver conflictos propios lo lleva a paliar sus faltas dramáticas a través de la aparición de las referencias nostálgicas (¡cosa que no me esperaba de Disney!). Tienen que venir a bregar con sus problemas otros Spider-Man en comandita con los malos malísimos, todos ellos del universo de Sony.
Parece ser que Disney ha recreado una especie de vuelta a la concepción clásica del personaje, o cuanto menos, a la referencia hacia esta tradición aristotélica que promulga el multiuniverso, en aras de ampliar el marketing o rehacer una fórmula superheroica que ya quedó agotada con la Saga del Infinito. Resulta ahora paradójico la visión de modernidad que Walter Benjamin tenía de Mickey Mouse allá por los años treinta, pues, la muerte de Spider-Man se ha ejecutado en manos de Disney.