Si había algo que no sobraba precisamente en toda la línea continua de leyes educativas de estas últimas décadas era la capacidad de potenciar el pensamiento crítico y la conciencia de las nuevas generaciones. Ahora, este aspecto quiere ser liquidado definitivamente para ahondar en los intereses del mercado, eliminando de los currículos optativos la asignatura de filosofía de la ESO y cambiándola por varias asignaturas que modelan mejor al individuo al mercado de trabajo capitalista.
La primera será directa: economía y emprendimiento. Porque en un mercado precarizado, con unas tasas de desempleo juvenil de más del 40% y con una creciente desigualdad entre la élite millonaria y la gran base de la clase trabajadora, lo más adecuado sin duda es engañar a los alumnos en pleno proceso de aprendizaje para que se crean que su “mentalidad de pobre” es la que le impide a su familia salir de la pobreza. Incitar a los alumnos a que le quiten 50 euros del bolsillo de sus padres para invertir en criptomonedas, cuando su padre trabaja más de 8 horas semanales por 900 euros al mes y su madre está en dos trabajos temporales al mismo tiempo que no llegan ni al salario mínimo. Es una mera ilusión, un discurso que funciona para los niños de padres ricos, no para la gran mayoría de los estudiantes de clase trabajadora que apenas pueden llegar a conseguir una beca.
Otra de las nuevas asignaturas es formación y orientación personal y profesional. No quiero ni imaginarme lo que puede suponer para un crío de 16 años que le asignen un camino directo en su vida antes siquiera de habérselo planteado. Es puro adoctrinamiento: hablar de educación cuando es una colocación, hacer natural algo que es impuesto.
Esta ley es un atentado más que aleja a los alumnos de comprender su situación material, de entender el mundo desde una perspectiva abierta y cambiante y que les intenta condenar a una mayor alienación dentro de unos engranajes, que ya están completamente oxidados. Les trata de inhibir la capacidad de plantearse que el sistema en el que nos encontramos ya no es una alternativa viable, y mucho menos para un futuro cada vez más precario.
Una fábrica de ladrillos que ha perfeccionado su producción, para contar con menos “defectos de fabricación” y construir un muro más sólido. Pero es un muro que en sí no aguanta más peso.
No es ninguna sorpresa esta medida. Llevamos una larga trayectoria a nuestras espaldas de leyes adoctrinadoras y clasistas. El Plan Bolonia que tanto ha apoyado el actual ministro de universidades excluye, junto con el incesante crecimiento de las tasas universitarias, la posibilidad de estudiar para miles de estudiantes que no se lo pueden permitir, al no poder siquiera compaginar trabajo con estudios, cuando la educación debería ser gratuita en su totalidad.
Ya casi parecería que desde los albores de la eternidad ha existido la educación concertada o privada, así como la educación por parte de organizaciones religiosas. Recordemos que ya en la Segunda República, la educación era gratuita, universal y laica. Hoy en día, en España tenemos un sistema educativo excluyente para millones de alumnos, que les separa en clases sociales y les da diferentes oportunidades dependiendo de en que clase han nacido.
El Gobierno PSOE-UP proclama la diversidad sexual y la igualdad de género, pero sigue permitiendo y fomentando que existan escuelas donde es programa obligatorio la imposición de un único modelo de familia aceptable y la exclusión abierta de alumnos del colectivo LGTBI. Es increíble que en un Gobierno que se autodenomina “feminista” sigan existiendo escuelas donde se separe por sexo a los alumnos y se promocionen unos valores abiertamente machistas. Es un sistema abiertamente racista, que clasifica en guetos educativos a la mayor parte de las personas racializadas y excluye a los niños migrantes. Y para colmo, los trabajadores de este país están financiando con sus impuestos que exista una estructura educativa que excluya a sus hijos de recibir la misma educación que los hijos de una persona adinerada.