Con el patio del Castillo-Palacio de los Ribera de Bornos repleto hasta la bandera, este viernes, 10 de junio, ha sido uno de esos días que pasarán a la historia y a la memoria de quienes aman la buena música y defienden a ultranza aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y es que el Festival El Lago sigue llenando almas y corazones de canciones que antaño copaban las listas radiofónicas de los temas más oídos en prácticamente todo el globo y que ahora hacen las delicias de quienes, a pesar del paso de los años, siguen viendo en grupos como Jethro Tull un sinónimo de buen hacer y buena música.
El mítico Ian Anderson y su banda convirtieron durante aproximadamente dos horas este pequeño enclave situado en una localidad serrana de la provincia de Cádiz en el epicentro de un terremoto musical que puso los vellos de punta a ritmo del rock progresivo más auténtico y genuino. Un Anderson que, a pesar de sus setenta y pico años, sigue moviéndose sobre el escenario como pez en el agua y haciendo su icónica postura sobre una pierna como si nada…
Y aunque Anderson sea tan buen músico como excéntrico a partes iguales, lo cierto es que supo llevarse al público de calle a través de un recorrido musical que desgranó algunos de los temas más conocidos de su trayectoria musical con piezas de The Zealot Gene, su último trabajo.
Junto a un bajista, teclista, batería y guitarra a quienes por méritos propios habría que hablarles de usted al menos en el aspecto musical, Jethro Tull consiguió hacer lo que pocas bandas consigue: sonar como un único instrumento. Un entendimiento musical al alcance únicamente de unos pocos privilegiados y que regalararon al oído de quienes asistieron este viernes un concierto ya histórico con acordes tan reconocibles como el Living in the past o el mismísimo Aqualung.
La sesión comenzó con unas palabras de Paco Barroso, promotor de Faro Producciones, quien pasó el mal trago de parecer el malo de la película. Y es que a petición de Anderson y la banda las normas del juego eran muy claras: nada de fotos hasta el último tema, nada de ruidos, y un silencio prácticamente sepulcral para hacer de la sesión algo único y exclusivo. Y aunque a priori pudiera parecer una más de las excentricidades del líder de la banda, lo cierto es que el juego funcionó. Un entorno único, un ambiente agradable, unos técnicos de sonido y de iluminación que juegan en otra liga y una banda de la que poco se puede contar que ya no se sepa.
Jethro Tull realizó dos pases de 50 minutos con un intermedio de 15 para dar un respiro emocional a un público entregado que disfrutó cada segundo de una música que a buen seguro le transportó a momentos únicos. Y es que, señoras y señores, estamos hablando de los mismísimos Jethro Tull. Ahí es nada…