Cuando uno ve lo que están diciendo los que dominan realmente acerca de cómo se encuentran los indicadores de su economía y cómo tienen que negar su propia «economía de mercado» para rescatarse a ellos como personas dominantes al tiempo que niegan el puesto de trabajo y el pan al pueblo en nombre de la “libertad de mercado”, cuando uno ve todo eso, sabe que están rezando por que no haya desbordamientos tipo Toma de Bastilla. ¡Qué bien les viene entonces que nos tengan con la Diana equivocada en la prioridad de nuestra mirilla!
Porque sí, no vamos a negar que las crisis profundas –y esta lo es- tengan a los actores (sic) políticos enredados con ver quién se lleva el gobierno a su cartera. Pero, en realidad, la alarma del Estado va por otro lado. Y es que se nos ocurra por estos túneles de la vida apuntarnos al autorrescate, negar con ellos su podrida economía libre de todo orden racional y planificado; y, en definitiva, que nos apuntemos a utilizar el estado de alarma o lo que sea para confinarlos en el museo de la Historia del que nunca deberían salir más. Con efecto retroactivo si es posible.
Ciertamente, ante el inmenso crecimiento de las colas (de calle y calladas) de miseria y desesperación, no es el estado de alarma lo que realmente preocupa al Estado. Le Monde hace poco editorializaba, alarmado realmente, sobre el millón de personas que se sumaba a los sans coulottes en Francia. Mientras, en la capital de la Bastilla no se pueden reunir más de diez personas. Estado de alarma obliga.
Pero nos da que, sobre todo, obliga más la alarma del Estado. Y eso pasa en la quinta o sexta potencia mundial. Qué decir, entonces, de esta española de segunda monta, donde “la clase política” no es capaz ni de guardar un mínimo de grandeur en sus refriegas miserables; todo ello, a fin de cuentas, para dilucidar quién es el valido de la Comisión europea, que es la que cada vez dictará más las contrarreformas laborales y sociales que están por venir. Y ante lo que más nos valdría no desviarnos de mirilla.