Normalmente cuando se habla de abusos sexuales en la infancia se hace de la persona que los ha padecido: de la experiencia, de las secuelas, de cómo vive y un sinfín de aspectos más que giran alrededor de ella. Permíteme que esta vez empiece hablando de ti en un gesto de sinceridad. Sí, de ti, que tienes cerca a una persona que ha padecido violencia sexual en la infancia y te lo ha explicado hace poco. De ti, que tu paciente se ha sincerado en tu consulta de psiquiatría. De ti, que tu alumna o alumno te ha dicho de dónde vienen sus malas notas y su aislamiento. De ti, que los balbuceos de tu paciente pediátrico han hecho que ates cabos. ¿Qué es lo primero que se te ha pasado por la cabeza? ¿Has sentido lástima por ella? ¿Has escuchado atentamente todo lo que tenía que decirte o te has adelantado a modo de consejos? En definitiva, ¿cómo te has situado frente a ella?
Es importante que cambiemos la mirada hacia los abusos sexuales en la infancia y nos despojemos de la figura de la víctima, como si de un cajón se tratara. Cuando hablo de la categoría de la víctima en los abusos sexuales en la infancia muchas veces piensas que lo hago únicamente de las personas que hemos padecido los abusos sexuales, pero déjame que me presente aquí una vez más, ante ti, para que me escuches desde otro ángulo. Quede dicho por delante que no estoy hablando por las personas que sufren violencia sexual, sino que te estoy invitando a que cuestiones aquello que nombramos con facilidad y en lo que muchas veces no reparamos.
La “víctima” es una definición social impuesta a las personas que hemos sufrido experiencias límite, como son los abusos sexuales en la infancia. Alrededor de este concepto se presuponen una serie de deseos, inquietudes, necesidades y anhelos propios de una víctima, como, por ejemplo, que tenga un relato exhaustivo de la experiencia por la que ha pasado y que la cuente, además, desde un lugar propio entendido como víctima, es decir, con la voz del testimonio. ¿No te parece curioso que cuando decimos que algo es testimonial queremos decir que es insignificante? La voz del testimonio no solo relata la pornografía de lo que le ha sucedido, sino que encasilla el sentido de su estar, de su exposición, alrededor de una experiencia que ha tenido; como si la legitimidad para hablar pivotara alrededor de lo que sufrió. Como en una ratonera. Es decir, la razón por la que se muestra en público es para contar su historia. Es en este sentido que utilizo la palabra “testimonio”. Llegadas hasta aquí, déjame que te susurre amorosamente una pregunta. No es necesario que me contestes, si te respondes a ti misma me vale: ¿te sientes incómoda cuando alguien te explica que ha sufrido abusos sexuales en la infancia desde una voz de empoderamiento y no de testimonio?, ¿te sientes violentada cuando una persona explica que ha sufrido abusos sexuales, pero sabes por su tono que no está hundida? Si te has sentido así, no ha sido cosa solo tuya, sino que vivimos en un mundo donde se esperan una serie de actitudes y necesidades de las personas catalogadas como víctimas de abusos sexuales en la infancia. Por lo tanto, se genera una normatividad en torno a ellas, donde todo aquello que no se espera es susceptible de ser interpretado como fuera de la violencia sexual y, por lo tanto, puede haber una pérdida de legitimidad de sus palabras. Hay una idea preconcebida y homogeneizadora de las personas que hemos sufrido violencia sexual en la infancia y esta idea se reconforta bajo el paraguas de la categoría de víctima. Es decir, la normatividad en torno a la figura de la víctima es también la de la forma de vivir los abusos sexuales en la infancia. Además de una homogeneización hay también una pérdida de identidad que queda absorbida por la de víctima, donde se rueda en torno a una experiencia que se puede convertir en su centro, o se da por sentado que es el centro.
Si te fijas con calma, también podrás ver que muchas veces se decide por la persona que ha sufrido abusos sexuales en la infancia; se le dice qué es lo que debe hacer y cómo se debe sentir. En esta normatividad donde se espera una actitud determinada y unos deseos concretos se puede crear una relación de jerarquía entre la persona que relata y la que escucha, es decir, contigo. Evidentemente con esto no quiero quitar importancia a lo que sucede, sino otorgar un lugar de empoderamiento a las personas que hemos sufrido violencia sexual en la infancia donde hablar desde otro lugar más allá de la propia experiencia. Tampoco estoy diciendo que no hayan emociones cuando alguien cercano a ti te explica lo que le sucede, sino que repares en el por qué de esas emociones y no otras. Esta relación de jerarquía se da tanto en espacios de relaciones sociales como con la institución, como puede ser un juzgado o un colegio. No te confundas: salir del rol de víctima no es sinónimo de una fortaleza impostada, pero esto ahora mismo nos llevaría demasiado espacio discutirlo. Este conglomerado de definición de la víctima y testimonio forma un estigma que puede acompañar a la persona a lo largo de su vida. ¿Es esto lo que queremos? ¿Qué necesita una palabra para ser creída? ¿Qué es lo que debe contener la palabra o la actitud de la persona que relata para ser tenida en cuenta? ¿Dónde están los parámetros que definen lo que es y lo que no es?
De todos modos insisto en que no es una cuestión personal contigo, sino que forma parte de la conciencia colectiva, es decir, de lo que como sociedad entendemos por persona que ha sufrido violencia sexual en su infancia, pero me gustaría que repararas en lo que te he comentado para decidir cómo te quieres relacionar con la otra persona: ¿desde esa mirada de pena, ese “tira para adelante” que no se sabe muy bien qué significa, ese “lo que tienes que hacer es” y ese “yo te voy a salvar” que es la antesala de una relación de poder y abofetea las vísceras, o desde la horizontalidad que supone mirar a la cara? No hay nada que salvar; ahí radica la libertad, tanto la tuya como la mía.
Ya que he cogido carrerilla, déjame que tire del hilo de la noción de víctima en los abusos sexuales en la infancia. Hasta hace unos años la sociedad los escondía tras un silencio estremecedor, como ya sabes. En un gesto paulatino, van saliendo a la luz y lo que pregunto es por esta visibilización. ¿Desde dónde están saliendo a la luz? La mayoría de los mass media exhiben un mercado de titulares sobre abusos sexuales en la infancia, cada cual más morboso, uno detrás de otro. A veces me he encontrado con lo que parecía una pugna por ver quién redacta el texto más escandaloso. Ten en cuenta que los titulares están escritos para ser leídos, es decir, muchas veces no tienen en cuenta la perspectiva con la que tratan las noticias de violencia sexual ni a las personas que la padecen, sino que están exclusivamente para ser leídos. Esto está relacionado con la idea que tenemos de la infancia y el cuerpo de la misma, es decir, de cosificación. Las criaturas se convierten en algo de lo que hablar con tal de sacar el titular más llamativo, convirtiéndose así en un espectáculo. Se generaliza hablando de casos. En muchas ocasiones no hay un seguimiento de la noticia ni un abordaje amplio de la cuestión; si lees con atención verás una superficialidad y una moralidad al tratar aquello que se relata. Alimentan la idea de víctima y mi pregunta es si hay una preocupación real por abordar los abusos sexuales en la infancia o es puro marketing.
Tanto la perspectiva de la víctima como muchos de los mass media dan un enfoque exclusivamente moral de los abusos sexuales en la infancia. Evidentemente son una cuestión moral, pero también son un problema político. La violencia en la infancia es un horror, pero no únicamente. Parece, a juzgar por las estadísticas, que también es lo más normal del mundo. Si seguimos entendiendo los abusos sexuales en la infancia desde una perspectiva exclusivamente moral, es decir, como aquella que se centra en lo horrorosos que son, en la exhibición de relatos y el dar por sentado unas actitudes determinadas por parte de la persona que es agredida, no estaremos teniendo una visión más amplia de los mismos, estaremos ignorando qué estructuras y formas de relacionarnos dan paso a los abusos sexuales en la infancia, estaremos revictimizando a las personas que hemos padecido violencia sexual y estaremos dando la espalda a una problemática política. Los abusos sexuales en la infancia son un problema que va más allá de la relación directa y exclusiva entre la persona que es agredida y la que agrede, sino que son un problema estructural de nuestra sociedad. Es decir, establecen un orden social y la primera institución que establece dicho orden y marco de cosificación de la infancia es la familia. Parece que la familia, tal y como la entendemos hoy en día, también es lo más normal del mundo.
Quizás te estarás preguntando por qué narices te digo todo esto. Los argumentos individuales en los que no reparamos, aquellos que nos parecen evidentes, muchas veces parten de un discurso colectivo y nosotras decidimos cuestionarlos o no. Estos se crean con el transcurrir del tiempo, se pueden hacer desde las instituciones como son las escuelas, la iglesia católica o un juzgado. A escala individual nos vamos empapando de los discursos que señalan qué es lo que está bien moralmente hacer, decir, etc.; es decir, vamos naturalizando aquello de lo que nos vamos impregnando. Aquello que se naturaliza normalmente no se cuestiona. Actualmente se están visibilizando los abusos sexuales en la infancia a través, por ejemplo, de encontrar un hueco en la agenda de reivindicaciones sociales como el 19N, a través de hashtags como el #metooincest y es muy importante, pero no nos podemos quedar ni en un día ni en un hashtag. A mi parecer es mucho más complicado que todo esto, ya que forma parte de este entramado social que naturalizamos.
Sé que es duro lo que te estoy diciendo, pero quiero que me mires y que entre todas creemos un discurso político alrededor de los abusos sexuales en la infancia, porque es necesario. Estamos inmersas en el hacer y está muy bien, pero es importante que paremos y que cuestionemos nuestras propias creencias alrededor de la violencia sexual en la infancia, su abordaje y dónde estamos colocando socialmente a las personas que la han padecido.
Para acabar este diálogo contigo, solo decirte que hace escasos días, a través de las redes sociales, di con unas palabras Úrsula K. Le Guin: “La resistencia y el cambio muchas veces empiezan con el arte, con el arte de las palabras”.