A diez años del 15M parece que se impone hasta en “propios y extraños” un balance de la década pasada. La década se cierra cargada de simbología que facilita, y cómo, la reflexión acerca de qué ha ocurrido y, sobre todo, sobre lo que no ha sucedido. Limitémonos a elegir tan solo un poco de esa carga simbólica.
Por ejemplo, por un lado, ahí tenemos a un Pablo Iglesias que abandona el escenario sentenciando la degradación, no exenta de larga agonía, de los que vinieron a canalizar aquella indignación, y que diez años después solo pueden presentar como trofeo haberse colocado una buena parte de ellos en la tramoya; eso sí, habiendo cambiado el guión con el que se presentaron como fuerzas del cambio.
Por otro lado tenemos a unos banqueros sobrados de impunidad con sueldazos astronómicos mientras el gerifalte del Banco de España nos pide más recortes a pocos días de que la banca se sale del Sareb (el banco malo) dejándonos el pufo de su rescate sin fin para gloria de subirnos la deuda a un 120% del PIB. Si a esto se le suma que el juego de la politiquería no solo continúa sino que, no lo neguemos, se ha ampliado a aquellos que venían a acabar con ella, lo mínimo que podemos decir es que la gente que salió para gritar “no queremos ser mercancía en manos de políticos y banqueros” no solo tiene mucha más razón para salir de nuevo, sino que se nos impone la obligación de retomar el testigo allí donde se dejó.
Y obligados estamos a reconocer que el testigo se dejó prácticamente donde empezamos. Efectivamente, cuando se ve confirmado lo que ya se podía decir (y se dijo, como veremos) con meridiana claridad en las plazas del 15M, no cabe la desmoralización sino la convicción de que diez años son más que suficientes para retomar las tareas pendientes a las que hubo voces que nos emplazaron en las mismas plazas. Así que más que lamentarse de la involución que se vive (y encima más aMordazada aún que hace diez años), bueno sería volvernos al punto de partida con una mochila cargada de enseñanzas y de objetivos que, desde luego, en nada se parecen a los que incluye la “mochila austriaca” del inefable Pablo Hernández de la Cos.
En estos días se nos invita a un debate de un día en las plazas. Por una vez estamos de acuerdo… en lo de un día. Tiempo más que suficiente para recordar “cosas” como esta:
La «Spanish Revolution» no ha comenzado, pero ha contribuido a extender la convicción de que hay mucha gente que lo que, en definitiva, espera es una verdadera Revolution… in Spain.
(2011, a pocas semanas del 15 de mayo)
- 1. El movimiento 15M es el resultado, por un lado, de una agravación de la actual crisis sistémica, que ha terminado por afectar profundamente a sectores intermedios de la sociedad. Y por otro, de la debilidad de las fuerzas que optan claramente por una superación revolucionaria socialista; debilidad, tanto en el plano orgánico como con lo respecta a su influencia en las masas.
- 2. Esos sectores intermedios vienen a sumarse a los afectados por la crisis, pero una parte lo hace trayendo sus limitaciones reformistas y de metodología de transformación de la sociedad. Sin embargo, cuentan con la ventaja de que su discurso, más “light” y conciliador, no suena a movimientos que todavía sufren el reflujo que les afectó tras la “caída del comunismo”.
- 3. Por lo anterior, pueden servir de chispa que incendien el bosque, pero no pueden mantener el incendio. Las fuerzas claramente revolucionarias (tanto en los contenidos como en los métodos) deben saber caracterizar, en términos de clase e históricos, la chispa –huyendo de oscuras teorías del complot-, deben avivar los primeros rescoldos producidos, y disponerse a intervenir en la estrategia de acumular fuerzas por un proceso progresivo de superación de la crisis sistémica en términos claramente anticapitalistas y socialistas. Ello supone conjugar dialécticamente el apoyo al movimiento 15M -aún más si somos conscientes de nuestra debilidad- con una intervención que debe distinguirse cada vez más claramente de los discursos de impotencia reformistas, antiorganizacionales y de conciliación de clase que, en parte, se dan dentro de ese movimiento.
- El masivo apoyo sin mucha organización previa de la protesta del 15M denota la profundísima crisis sistémica que vivimos. Es un síntoma claro de esta crisis. Pero hasta ahora, no hemos asistido tanto a la constitución de una vía de superación de la degradación social que sufrimos como a la expresión de su necesidad con un carácter de masa. El 15M ha servido para plantear dos cosas importantísimas: lo que no se quiere y que hay mucha gente que no lo quiere. Pero la revolución es una relación de fuerzas. Así, para obtener la expropiación bancaria, es necesario plantear la crítica oral de la banca, ¿cómo no? Pero la expropiación será una conquista de poder y no una concesión de la banca convencida de que debe participar en una “revolución ética” de la que ella formaría parte como elemento del “género humano”.
- La “Spanish Revolution” no ha comenzado, ni puede comenzar dentro de los (auto)límites de una parte del actual movimiento 15M. Pero insistamos en que este movimiento, más allá de la propia voluntad de sus promotores iniciales, ha contribuido a plantear, de una manera más amplia entre las masas, la necesidad y la posibilidad de una revolución, no ya sólo en este país, sino en los que están siendo afectados por una crisis profunda del capitalismo que, a modo de “tsunami”, manda a la ruina a cada vez más amplios sectores de la población; entre ellos, muchos que ni soñaban hace muy poco verse en esta situación de degradación social sin retorno dentro del actual sistema.